Lo voy a dejar con mi novia.

Monólogos

Lo voy a dejar con mi novia. Y me va a costar, ¿eh?, porque es inteligente, cariñosa, divertida… Pero es que tiene un defecto que no puedo soportar: está buenísima.

Con ella me pasa como con los relojes. Yo prefiero tener uno de propaganda del All Bran de Kellogs que un Rolex de oro.

Sí, porque con el de All Bran la gente puede pensar que voy estreñido, pero es que con el Rolex voy cagao. Estoy todo el día:

«¿Y si me lo roban? ¿Y si me lo joden?». Pues lo mismo me pasa con mi novia: ¿Y si me la roban…? ¿Y si me la joden?

Todo empezó una noche que estaba en la discoteca. De repente la vi y pensé: «¡Joder, parece mentira que esta chica y yo seamos de la misma especie! ¡Pero si a su lado yo parezco la rana Gustavo!».

Y la tía me mira y me guiña un ojo. Que yo pensé: «¡Qué pena, con lo buena que está y que tenga un tic!». Pero no, se me acercó con los ojos bien abiertos y me dijo:
– Hola, ¿estás solo?
Y yo:
– Hombre… solo, solo, lo que se dice solo… sí.
– ¿Nos tomamos algo en la terraza?

Y ahí me dije: «Ah, bueno… Ya lo entiendo… ahora saldremos a la terraza, habrá una cámara oculta, y de detrás de un ficus, saldrá Juan y Medio… «Inocente, inocente…» y me la cambiarán por Javivi».

Pero no. Nos pusimos a hablar, nos caímos bien y cuando nos despedimos me dice:
– ¿Entonces me llamas mañana y vamos a tomar un café?
– Vale…

Un café te lo tomarás tú, porque yo me voy a tomar un Valium.

Al día siguiente, cuando me levanté y me miré al espejo, me preguntaba:
«¿Qué habrá visto en mí que yo no veo? A lo mejor soy un intelectual, y no me he enterado. A lo mejor soy hijo de Julio Iglesias.. ¿Intentará cobrarme?».

La cuestión es que nos hicimos novios. Al principio flipaba: «Con
dos cojones, Pablito… Si tú de cerca ganas mucho, lo que pasa es que nunca se te habían acercado…». Pero enseguida te das cuenta de que la cosa no es tan bonita:

De entrada, tus amigos de siempre se convierten en «amigos-pívot». Sí, sí, «amigos-pívot»: están esperando un fallo tuyo para coger el rebote… y encestar ellos.

También te das cuenta de que no puedes salir a la calle con ella.
Porque pasas por una obra, y es como si hubieran apretado un botón:
– ¡Qué pasa, Blancanieves! ¿Dónde has dejado al resto de los enanitos que sólo vas con uno? ¡Mucho conejo pa tan poca zanahoria!
Y aquí ya no aguantas más, se te sube la sangre a la cabeza, se te hincha la vena y… te pones a llorar.
Claro, ¿qué vas a hacer? ¿Encararte con quince tíos que están hartos de tirar tabiques? Porque tampoco puedes razonar con ellos: hagan el favor, que esta mujer tiene pareja y a lo mejor anda por aquí cerca…

Es que no puedo ni ir a la playa con ella. Porque cuando vamos paseando por la orilla, agarrados de la cintura… ¡parezco su flotador de patito!

Pero lo peor es cuando salimos de marcha. Es agotador, porque se tira toda la noche bailando y claro, tú con ella. No vas a dejarla allí sola, porque están todos los tíos alrededor: «Grruaaaa, gruuuuua…». Así que sigues bailando. Y, de pronto, empiezan a entrarte unas ganas terribles de mear. Y piensas:

«¿A esta tía no se le acaban nunca las pilas?». Pero nada, es como el conejito de Duracell: dura y dura y dura… Y te tienes que aguantar, porque miras al resto de los tíos y… dura y dura y dura… Porque cuando mi novia entra en una discoteca, es como cuando el Rey entra en el Congreso: todos los miembros se ponen firmes.

Por todo esto yo me pregunto: ¿me compensa realmente salir con esta chica? Y ustedes dirán:
«Hombre… está… el sexo…». Pues tampoco. Sepan ustedes que salir con una tía buena arruina tu vida sexual. Porque yo, antes de conocerla, aguantaba los diez minutos de rigor en la postura del misionero. Pero ahora, en cuanto ella se quita el sujetador, ni misionero ni leches, a mí sólo me da tiempo a decir «amén».

Y por todo esto estaba a punto de dejarlo Pero, pensándolo bien, es tan inteligente, tan cariñosa, tan divertida… Vale, está muy buena…

Pero oye, un defecto lo tiene cualquiera….

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