Frecuentaba una venta cada día
un tipo que, a la hora de almorzar,
con sólo su cubierto olfatear
acertaba el menú que se ofrecía.
Oliendo la cuchara, se expresaba:
«Sopa de picadillo de primero,
y sopa de tomate al modo arriero.»
Y oliendo el tenedor manifestaba:
«Chuletas o costillas de ternera
con pimientos morrones para asar,
y tostón segoviano al acueducto…»
Y, así, lo adivinaba a la primera.
Se dijo que su acierto era producto
de algún truco de magia o del azar.
Y adivinaba el postre y la bebida,
por lo que fue famoso y con razón.
Al dueño le aburrió la situación
y preparó una trampa bien urdida:
Le pidió a su mujer que se pasara
un cubierto completo por tal parte
y luego lo pusiera, con gran arte,
al cliente en la mesa que ocupara.
Y así lo hizo. Y acudió el asiduo
que empezó, como siempre, a olisquear,
mas en su olfato no encontró residuo
de condumio ni nada que yantar.
Al cabo, preguntó con gesto raro:
«¿Desde cuándo trabaja aquí la Charo?»
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